miércoles, 13 de julio de 2011

la literatura de los hijos


Me gustaría que alguien más escribiera este libro. Que lo escribiera ella, por ejemplo. Que estuviera ahora mismo, en mi casa, escribiendo. Pero me toca escribirlo a mí y aquí estoy. Y aquí me voy a quedar.

Con esa última, explícita referencia textual a Los perros románticos, Alejandro Zambra (Santiago de Chile, 1975) parece finalmente hacerse cargo, en su tercera y más reciente novela Formas de volver a casa, de aquella etiqueta de "heredero de Bolaño". Es que en más de un sentido lo es, y eso que para algunos puede llegar a convertirse en una herencia pesada, para Alejandro Zambra parece ser algo natural. O, mejor que natural, azaroso. Si uno creyera en la metempsicosis -al menos la variante literaria de la metempsicosis- podría mencionar con cierta sorpresa que los libros de Zambra (Bonsai, La vida privada de los árboles) comenzaron a aparecer apenas después de la muerte de Bolaño. Los fanáticos de las teorías conspirativas podrían imaginar a un ejército de zombies de la editorial Anagrama en un oscuro sótano, pasando las páginas del Necronomicon para insuflar el espíritu de Bolaño en el cuerpo de un joven y asustado Zambra, elegido al azar en las calles de Santiago por un comando de vampiros. También podríamos imaginar a Jorge Herralde respirando aliviado, pensando que ya no hace falta continuar exprimiendo la computadora de Bolaño en busca de nuevos escritos, porque tenemos los libros de Alejandro Zambra. Pero eso sería no hacerle justicia a Alejandro Zambra, que si incorpora la cita bolañesca no es para dar crédito a esas versiones sino para desestimarlas de un plumazo. La cita siempre es de un Otro. Alejandro Zambra, pues, escribe como Alejandro Zambra. Formas de volver a casa es su propuesta de parricidio.

El parricidio de Formas de volver a casa, de cualquier manera, no es sólo literario. Se trata, de principio a fin, de un libro que recoge las voces de los hijos. Un libro que, fundamentalmente, parece hablarnos a todos los que rondamos los treinta y pico de años y vivimos en Chile, Uruguay o la Argentina, y para quienes las dictaduras marcaron, de un modo u otro, la generación de nuestros padres. A los que "no habíamos nacido" (la crítica que recibe el protagonista cuando quiere hablar de aquellos años, y que uno escuchó, también, tantas veces) o éramos muy jóvenes como para hablar de todo aquello, y que cada vez más sentimos la necesidad de hacerlo. A los que tienen padres víctimas, padres victimarios o padres sobrevivientes. Y sobre todo a estos últimos, porque son los que, sin saberlo, también cargan las heridas de aquellos años y a partir de ellas modelan el presente. Los diálogos en los que la familia del protagonista palpitan el triunfo de Piñera en las últimas elecciones presidenciales chilenas podría aplicarse perfectamente al clima político argentino actual. Y, uno supone, también al uruguayo. En cierto modo, Formas de volver a casa es el complemento ideal para esa obra extraordinaria que es Historia del llanto de Alan Pauls. La evocación del pasado resulta siempre una búsqueda por comprender el presente. Uno espera encontrar, en el recuerdo, algún indicio, alguna clave secreta que ayude a comprender quién se es, cómo se sigue. "Leer es cubrirse la cara", reflexiona el autor. "Y escribir es mostrarla".

Está, como en las anteriores novelas de Zambra, ese delgado velo que impide determinar a ciencia cierta qué es autobiografía y qué invención. Desde ya, no importa tanto resolver esa pregunta, sino más bien la conciencia que el propio autor muestra de esa incertidumbre. La cuatro secciones de la novela de Zambra juegan con esa indeterminación: está la novela que escribe Zambra-personaje, y los episodios de la vida de ese Zambra-personaje, que en la novela dentro de la novela aparecen levemente deformados. "Sabía poco", dice el Zambra-personaje, "pero al menos sabía eso: que nadie habla por los demás. Que aunque queramos contar historias ajenas terminamos siempre contando la historia propia."

El libro empieza y termina con dos terremotos. El de 1985 y el de 2010. La historia de Chile, parece sugerir el libro, está marcada por sus tragedias. Las naturales y las otras, las humanas. Pero entre ese dolor, a pesar de esa tierra que parece expulsar a sus hijos -a la muerte o al exilio- uno siempre puede ingeniárselas para volver y enamorarse de alguien.

Y es que, como todos los grandes libros, Formas de volver a casa es, también, una historia de amor.

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