sábado, 23 de junio de 2012

parricidios ejemplares (II)



Pero, acaso bajo la influencia de la reciente PrometeoAire de Dylan es para mí una obra que habla sobre los padres. Sobre una especie de combate secreto, eterno y, casi siempre, librado hasta la muerte, entre padres e hijos. Y confieso que la película de Ridley Scott me gustó mucho menos de lo que quería que me gustara. Demasiado concentrada en la especulación metafísica, dejó librados a su suerte a los personajes, a la historia misma que se quería contar. Y no es que me moleste la especulación metafísica -al fin de cuentas, ese es mi trabajo diurno-, pero uno espera del cine otra cosa. Así como está, Prometeo es como el peor episodio de Lost, con un par de escenas memorables -y un personaje que, como en toda la saga de Alien, es casi siempre el más interesante: el androide-.

Una de esas escenas memorables podría ser tranquilamente el sueño de algún personaje de Aire de Dylan: no quiero arruinarle la película a quien todavía no la haya visto, pero, sin adelantar más de lo debido, se la podría llamar "la escena del aborto". Una especie de clímax en una película que tiene, sí, algunas virtudes, y una de ellas es la capacidad de reproducir un mismo conflicto en múltiples escalas: personal, doméstica, política y cósmica. El conflicto entre quien crea y quien es creado, la sensación del creador de que se puede destruir lo que se creó si no llegó a ser lo que se esperaba de él, y la sensación del creado de no poder desarrollarse completamente sin antes haber desplazado al creador. Bien mirado, ese conflicto estuvo siempre presente en la saga de Alien, pero de un modo mucho más visceral (literalmente): la reproducción en el sentido más violentamente sexual del asunto. Las sucesivas etapas del monstruo, los diseños abiertamente (ejem) genitales de H. R. Giger eran (son) una especie de reverso perfecto de algunas visiones de J. G. Ballard. Esas criaturas parasitarias, que destruyen a su huésped al momento de nacer, que se alimentan de sus restos, somos nosotros.

Prometeo comienza con la creación del hombre, y termina con la amenaza de un apocalipsis inminente. Uno de los hallazgos de Aire de Dylan está en la visión de uno de los personajes que, un 24 de mayo del 1963, fue el único en advertir que el Juicio Final había tenido lugar, y los demás continuaban sus vidas ignorándolo completamente, como si nunca hubiera ocurrido.

Algunos libros, algunas películas, algunas canciones, tienen esa capacidad: revelarnos la posibilidad de que eso que buscamos, eso que siempre se nos escapa, pudo haber ocurrido hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana.


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