martes, 16 de octubre de 2012

España, aparta de mí ese Calixto (I)



Advertencia al lector: en esta entrada se hablará de artistas importantes como Isaac Albéniz, Calixto Bieito, Miguel Picazo y Juan Valera. Pero, ay, el medio es tirano, y tratándose de un blog, tengo que empezar hablando de mí.

Ocurre que hace un año, el anuncio de que Pepita Jiménez, segunda ópera del español Isaac Albéniz, integraba la temporada 2012 del Teatro Argentino de La Plata, no me movió el amperímetro. Una ópera española, cantada en inglés, contando las idas y vueltas de un amor entre una joven viuda y un seminarista que se niega a abandonar los hábitos por amor no me parecía una razón suficiente para hacer la peregrinación a La Plata. Y, ya que estamos en confianza, recuerdo que alguna vez fui en muletas a ver la última función de Tristán e Isolda en el Argentino. O sea: no es que sea reacio a los esfuerzos en aras de una experiencia artística; lo cierto es que esta no parecía despertar un entusiasmo tan grande.

Si acaso era posible encontrar un estímulo, y ciertamente importante, era la presencia de Calixto Bieito, que por primera vez tendría a su cargo una puesta de ópera en la Argentina. Ya había presentado una impresionante puesta de La vida es sueño en el San Martín, y yo había podido disfrutar un Fidelio de otro mundo en la Staatsoper de Munich (que merecería una entrada aparte, con las presencias insospechadas pero estelares de Jorge Luis Borges y el Guasón de Heath Ledger). Que semejante artista viniera al país finalmente a montar una ópera era sin duda un acontecimiento... "pero", pensaba uno, "lástima que esa ópera sea Pepita Jiménez".

Pobre de mí.

No voy a decir que Pepita Jiménez es una de las más grandes óperas de la historia, ni tampoco voy a adelantarme a los acontecimientos y decir que la puesta de Bieito es (o será, cuando se estrene el próximo 28 de octubre) digna de elogios, porque, como el propio director comentó esta tarde, "un espectáculo es como un melón: uno lo abre y se ve si está bueno o está malo." Lo que sí puedo decir hoy, un año después de aquel subestimado anuncio, es que vale la pena ir a verlo.

Por Albéniz, en primer lugar. Por razones laborales, tuve que adentrarme en los pormenores de la producción operística del compositor español, para poder armar la emisión de un programa de ópera del pasado domingo. Allí tuve que escuchar con atención, y en estricto orden cronológico, las tres óperas que Albéniz llegó a completar: Henry Clifford (1895), Pepita Jiménez (1896) y Merlín (1902). La historia de estas obras es relativamente conocida: un mecenas le ofreció a Albéniz financiarle su carrera, a cambio de que el compositor pusiera música a sus libretos. El personaje era el barón Francis Money-Cutts, millonario británico con veleidades de poeta. Albéniz aceptó porque, en palabras de Bieito, "en España, en aquella época (y hoy no hemos cambiado demasiado), los artistas que se destacaban debían domesticarse muchísimo o debían marcharse". A Londres marchó, pues, Isaac Albéniz. Era la última década del siglo XIX.

No voy a contar toda esa historia, porque se puede consultar en cualquier biografía, pero sí vale la pena detenerse en lo curioso de la situación: un compositor español, reconocido mundialmente como un virtuoso del piano, que quiere escribir óperas, pero no encuentra apoyo. Un mecenas inglés que le brinda ese apoyo, con la curiosa condición de ser él mismo el autor de los libretos de las futuras óperas. Un compositor español que quiere fundar un estilo nacional en la ópera, pero que debe hacerlo en el extranjero.

Otra curiosidad, antes de pasar a Pepita Jiménez: la última ópera que Albéniz llegó a completar se llama Merlín, y es la primera parte de lo que debía ser una trilogía "artúrica". Menciono el detalle porque circula una grabación comercial que vale la pena escuchar por lo curioso de todo el asunto. Albéniz era un apasionado por la música de Wagner (la marcha de Götterdämmerung sonó en su funeral) y Merlín está plagada de recursos wagnerianos, desde gnomos y conjuros, hasta espadas mágicas y disputas por el oro de las profundidades.

Pero si en las dos óperas de tema inglés primaban los elementos sobrenaturales, en Pepita Jiménez la historia es, por el contrario, bien terrenal, con personajes que nada tienen de fantásticos. Y aquí, después de toda esta parrafada, quería llegar. Musicalmente, Pepita Jiménez es estricta contemporánea de La bohéme de Puccini, estrenada ese mismo año. Es imposible no descubrir allí un aire de familia, y el propio autor sugirió que fue otro fruto de ese naturalismo lírico finisecular, Cavalleria rusticana, estrenada unos años antes, una de las obras que tomó como modelo.

(continúa en la entrada siguiente)

No hay comentarios: